Niños que lloran en la Iglesia…


¿Cuántos llantos de niños no has escuchado en misa? ¿Cuántos no se han molestado con esos padres y madres que no educan a sus hijos en los templos?  Si los templos hablaran. Si eres de los que no soportan el llanto de los niños, este artículo es para ti.

Los niños aprenden poco a poco, no siempre es culpa de los padres que los niños no se estén quietos (a veces si), y ahora hasta alegan que porque no hacen caso son hiperactivos. Es normal que griten y lloren, ¡son niños! Y se necesita mucha paciencia para ir educando a los pequeños a participar de la vida de la Iglesia, en la misma celebración litúrgica. 

En los apostolados en los que he estado, sé que así como hay niños bien portados, también hay demonios de Tasmania que se remolinean por todo el templo. 

No obstante, cuando comienzo a desesperarme recuerdo que los niños (sean como sean) son invitados a encontrarse con Jesús. Lo podemos constatar en diversos pasajes: “Dejen que los niños se acerquen a mí, no se los impidan porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 29, 14); "El que recibe a este niño en mi Nombre me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe a Aquel que me envió” (Lc 9, 46-50).

Entonces ¿tengo soportar a los niños que lloran en Misa y que “distraen”? Más que soportar y encasillarnos en nuestra molestia, lo mejor es abrirnos horizonte y cuestionarnos más bien si existe un espacio designado para los niños y sus madres en nuestros templos. Ya algunas parroquias de nuestra Diócesis cuentan con estos espacios.

¡Bravo por esas comunidades que se preocupan por los niños! ¡Bravo por su sensibilidad pastoral!

Ahora, cuando vaya a misa y escuche llorar a los chiquillos, recuerde lo que dice el salmo 8: “De la boca de los niños de pecho, Señor, has sacado una alabanza.” Y ciertamente, el Señor saca de algunos hasta un concierto.

El llanto de los niños es signo de que la Iglesia sigue viva, continúa creciendo. Y además, los niños con su llanto nos enseñan a evangelizar, como decía san Pablo, proclamar la Palabra, insistir a tiempo y a destiempo, porque uno nunca sabe cuando un niño va a llorar y no se detiene, le vale en qué lugar esté.

Así debe ser el cristiano, que le valga en dónde esté y no se avergüence de “llorar” para anunciar el Evangelio, como afirmó el papa Francisco el 15 de diciembre de 2014: “Los niños lloran, hacen ruido, van de una lado para otro… y a mí me molesta cuando en una iglesia un niño llora y la gente quiere que se vaya fuera. ¡No! ¡Es la mejor predicación! ¡El llanto de un niño es la voz de Dios! ¡Nunca, nunca echarles de la iglesia!”.

¡Con razón Cristo se quiso encarnar, haciéndose un niño, indefenso, humilde y sencillo, para transmitirnos el amor y la ternura de Dios! La Palabra misma nos habló a través del llanto.

Pero, además de eso, los niños son pequeños evangelizadores del mundo, con su sonrisa, sus palabras, sus ocurrencias, sus pequeños gestos, con su testimonio, sin tantas palabras frías y magistrales, de las que a veces nos llenamos y nos hacen perdernos de la mejor parte.

“Los niños tienen su propia actividad apostólica según su capacidad, son testigos vivientes de Cristo entre sus compañeros” (AA 12) ¿Por qué nosotros no? ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo hablar de Dios con nuestros compañeros de trabajo, vecinos, tíos, hermanos, primos, amigos, padres, etc.?

Dice el estribillo de una canción del Padre Machado (+): “la sonrisa de un niño nos trae felicidad”, y ya desde allí los chicos ejercen su “actividad apostólica”, porque no es necesario hablar para anunciar el Evangelio de Cristo, bien decía San Francisco de Asís que para predicar el evangelio no hacen falta las palabras.

El Papa Francisco nos dejó una tarea cuando nos visitó en febrero de 2016: «(los niños) son el futuro de México, cuidémoslos, amémoslos. Esos chicos son profetas del mañana, son signo de un nuevo amanecer».

La intolerancia por los niños, se ha ido colando por esta cultura moderna que nos vende ideas que nos hacen rechazar casi por automático lo molesto del llanto de un niño: la sobrepoblación, el poco deseo de los jóvenes matrimonios de tener hijos, el humanizar a los animales (perrhijos, gathijos, etc.), excusando el aborto poniendo a los niños como truncadores de carreras, ridiculizando a los niños como "bendiciones" en el sentido peyorativo, creando un ambiente que no soporta a los pequeños.

Esta situación, me hace recordar aquella canción de los Apóstoles de la Palabra, titulada Sal y pimienta: “Y si en este mundo hay gente amargada, es porque todavía no se ha dado, no se han dado cuenta que existen los niños y que su mirada, es la mirada de Dios”.

Ahora que vayas a misa, mira el bien que hacen los niños en la sociedad y en la Iglesia, ellos nos recuerdan que la ternura, la sencillez y la alegría deben ser parte de la vida de un cristiano.

Como decía Don Manuel Talamás:
 “Acérquese usted, pues, a la sencillez de los niños

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