LA GENERACIÓN DEL AMOR



Rosas, dulces, corazones, infinidad de peluches, publicidad color rojo y rosa, ofertas en todos lados, canciones, cartas y tantas otras cosas más de amor, amor, amor, amor, queriendo volver a mirarse a los ojos amor, amor, amor, amor y si en una rosa estás tú... Tantas cosas que se pueden decir del amor y la amistad.
Sin embargo, lejos de la mercadotecnia, los memes, los pastelitos y chocolates. Hablar de amor es algo que toca lo más íntimo del ser humano. No hay hombre ni mujer en el mundo que no haya amado.  Y no necesitamos citar a ningún erudito para saber esto. ¡Amar está en la naturaleza de todo ser humano! Pero… ¿por qué nos cuesta encontrarle el sentido al amor?

El amor es cuestión de experiencia. Quien tiene la experiencia de ser amado es capaz de amar, porque Dios así nos ha creado, «Dios nos ama porque Él mismo es amor, y el amor tiende, por su naturaleza, a difundirse, a entregarse»[1]. Es por ello que damos obsequios a nuestros seres amados, pero más allá de lo material, un obsequio es nuestro mismo ser: tiempo, compañía, escucha.

Hoy sabemos que la palabra amor se ha vuelto tan normal que la hemos vaciado de contenido[2], como lo hemos hecho con otras tantas.  De allí que ya ni siquiera vibramos con el amor de Dios: «Mirad qué amor tan grande nos tiene el Padre» (1 Jn 3,1).

Palabras y no experiencia. En otro tiempo pasó lo mismo. Los fariseos del tiempo de Jesús cumplían la ley: Hacían todo bien, perfectamente, para que la gente los viera, de modo que reluciera su santidad. Y bueno, al menos ellos querían ser buenos, pero se olvidaron de la experiencia del amor. Ya conocemos el final. Sin la experiencia del amor, no lo reconocieron aun viviendo entre ellos,  mataron al amor mismo que se encarnó para nuestra redención (Cfr. Jn 1, 10-11).


Pero hoy no somos tan diferentes. Lucimos nuestro derroche de amor en redes sociales con selfies, filtros y emojis; tal vez buscando ser vistos también, para ser aprobados por una sociedad que dicta como amar. Encerramos el amor en nuestros esquemas, en nuestra experiencia, en un concepto vano, erotizado, erróneo y muchas veces enfermo. ¿Qué es el amor? Es una de las grandes preguntas latentes en el corazón del hombre.
Una sociedad con un concepto ensimismado del amor, terminará presa de sí misma. ¡Sí al amor libre y que cada quién ame como pueda!

Y se excusarán algunos diciendo, es que cada generación entiende diferente el amor: los Baby boomers como un recuerdo, la X como una realidad inalcanzable de ensueño, los millenials como un momento placentero y “libre”; y los Z como los momentos de atención-aprobación.   

Esto me hace recordar la canción Generation Love de Jennette Mccurdy, mejor conocida como Sam en iCarly y otros programas. En esta canción Jennette presenta las características de la generación de su abuelo y de su madre,  pero al referirse a la suya remata con una pregunta «y ¿cómo nos llamarán a nosotros?».



Al contemplar a mis coetáneos, me parece vislumbrar la vivencia del amor de forma pluriforme, incluso engañosa, pero aún se vive el auténtico amor entre hermanos, entre novios, entre esposos, entre familia. Sí, aún hay esperanza. Aún se puede ser mejor, que el amor puede recobrar su sentido, no obstante no pienses que estoy diciendo que los jóvenes somos el futuro de nuestro mundo. No, no somos superhéroes, no depende de nosotros.

Entonces, si los jóvenes no somos el futuro, ¿de quién dependerá cambiar el restaurar y darle sentido al amor en nuestra sociedad? Pues todos los que ya estamos aquí. Tú y yo.

De verdad lo creo. Creo que tú y yo podemos cambiar el mundo ¿cómo? Existe una respuesta que posiblemente ya conozcas: con el amor.

Sí ¡el amor! El amor que como cristianos experimentamos en relación con Cristo y que irradiamos con nuestro testimonio. Un amor tan pluriforme que tiene una raíz, tanto del que nace del encuentro de los esposos, que se dona, que se entrega, que se vive día a día sin fingimiento[3] como el amor que nace de quien consagra su vida a Cristo enteramente, que como Monseñor Van Thuan decía, viven el momento presente colmandolo de amor.  

Y ese amor que solo se recibe experimentándolo, pasa del romance a la oblación, del puro sentimiento a la pasión, del concepto al fuego del amor en Dios.

Un mundo tan lleno de todo y tan falto de amor, lo que necesita es ¡claro, el amor! Así que ¿Cómo nos llamarán si dejamos de excluirnos entre sí y justificarnos por generaciones? ¿Cómo nos llamarán cuando dejemos de excluir a los ancianos, enfermos, pobres y débiles? ¿Cómo nos llamarán cuando vivamos el amor como cristianos?

Sí, la generación del amor, la que construye la civilización del amor desde la experiencia del amor en Dios. Y sí, la generación del amor debe ser una auténtica revolución del amor. Por ello, nos decía el Papa Benedicto XVI: «Solo de Dios viene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo…Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?»[4].




[1] Catequesis del Papa Francisco, 14 de junio de 2017
[2] El peligro de vaciar de contenido las palabras en la familia, afecta la percepción de las generaciones futuras. Es necesario recobrar el sentido esencial de las palabras: https://salesianos.info/peligroso-vaciar-de-contenido-las-palabras/
[3] Cfr.  Francisco, Gaudete et exsultate, n. 14
[4] Benedicto XVI, Vigilia con los jóvenes en Colonia con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud 2005, Sábado 20 de agosto de 2005, en http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2005/august/documents/hf_ben-xvi_spe_20050820_vigil-wyd.html

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