Actitudes del Cristiano ¿En música de Dragon Ball?


El tiempo ordinario es un espacio dentro del año litúrgico, y la vida cotidiana se convierte en un gimnasio auténtico para encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, desde la experiencia del Resucitado.     

Por tal motivo, siguiendo un poco el método de San Ignacio de Loyola, me dispongo para encontrar a Dios en lo ordinario, especialmente en la música, las películas, etc. Porque mucho nos habla de Dios, y especialmente en el tiempo de vacaciones, en las que nos llama para encontrarnos con Él.

En lo personal, me gusta el anime de Dragon Ball, por lo que esta vez, me llamó la atención una canción que me topé navegando por YouTube, que corresponde a la película del mismo anime: "La Batalla de los dioses". Aunque es una adaptación al español, esta canción habla de algunas de las actitudes que bien aplican para vivir el tiempo Ordinario, tomando como referencia la experiencia de testigos que tenemos ante el hecho de la Resurreción.

Podré pasar las pruebas aunque a veces la inquietud me haga dudar
«Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4,13)

De diario convivimos con experiencias fuertes, cuando nos encontramos con la vida del otro en el supermercado, en la calle, en la escuela, con vidas que han sido tocadas por la violencia, acontecimientos dolorosos, o nosotros mismos somos víctimas de esto.
Sin embargo, hay dos maneras de presentarse ante las adversidades, la primera es resignarse y vivir en un mundo gris, doloroso, preguntándose por qué sucedió tal o cual situación: el fallecimiento de una persona, una enfermedad, un despido, etc.

Sí, siempre existen experiencias fuertes en nuestra vida, pero tenemos la decisión en nuestras manos de sufrir o convertir esa situación en un campo para crecer, por lo que cuando tenemos fe y nos mantenemos cerca del Señor (en la eucaristía dominical, la oración personal, familiar, etc.), dejándonos guiar por Él, podemos pasar las pruebas que vengan aun cuando tengamos dudas de si es fue o no la voluntad de Dios, si nos escucha o no, si él existe o solo es una ilusión.

Los grandes santos nos enseñan que es posible fortalecerse en Cristo aun cuando se viva entre dudas o crisis, un ejemplo es Santa Teresa de Calcuta, quien en una de sus cartas dice: «Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan hondo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo... El cielo no significa nada para mí, me parece un lugar vacío!».

Y esto fue una gran prueba para ella, pero supo hacer de su vida cotidiana, en sus ocupaciones, un gimnasio de fe para encontrar la presencia de Dios y darle un sentido pleno.

La luz y la esperanza van conmigo a donde voy
«Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8, 12-20)

Hay ocasiones en las que las pruebas son superadas, pero a veces no comprendemos más allá, sin embargo, la luz de Cristo nos ilumina en nuestro caminar ¿cómo? Cuando ante una situación pedimos su ayuda y entendemos lo que ha pasado, el para qué, esto nos ilumina y nos llena de esperanza.

El tan solo pensar que existe un consuelo más allá de esta tierra, que hay una tierra eterna, un mundo nuevo, nos llena de esperanza para poder continuar. Él encuentro con el Señor en la misa, en la comunidad, en el pobre, en el enfermo nos reanima y nos hace salir a compartir la alegría, por eso la luz y la esperanza van con el cristiano en donde quiera que se encuentre.

Así como decía el Papa Francisco: «en donde sea que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia»[1].

San Juan Pablo II, uno de los grandes papas de nuestros tiempos animaba diciendo: «La esperanza del hombre y la esperanza del mundo contemporáneo dependen de la conversión: de las muchas, muchas conversiones humanas, que son capaces de transformar no sólo la vida personal del hombre, sino la vida de los ambientes y de la sociedad entera»[2].

Las grandes metas se han logrado en la unidad
«Un Señor, una fe, un bautismo» 
(Ef 4, 5)

No siempre podemos hacer las cosas por nosotros mismos, siempre necesitamos de los demás para poder aprender y crecer.

La mayoría de nosotros tiene al menos un buen amigo, al cual le contamos todo y él nos apoya para continuar. Esto debería pasar también en la vida cristiana, que nos apoyemos como hermanos, dentro de nuestra comunidad para superar los obstáculos o las pruebas o también para lograr grandes cosas.
Un ejemplo dentro del Seminario es la Kermés, puesto que si alguno de los seminaristas no realiza su cometido, difícilmente se lleva a cabo el evento. Eso es hablando de forma funcional, como lo es cualquier evento: solo sale bien cuando todos unen sus fuerzas.

En la vida cristiana, el poder caminar en comunidad, como parroquia, como Diócesis, hace que conquistemos grandes metas. Por ello hemos de buscar la unidad, el trabajo en equipo, y en ese sentido la búsqueda del otro que es semejante a mí, pero con otro pensamiento.
Unidos hacemos la fuerza.


Iluminemos nuestra mente con los pensamientos que el amor nos brindará
«El amor no pasará jamás, es paciente» 
(1 Cor 13, 1-13)

Cuando nos encontramos en comunidad, en la celebración eucarística, no siempre tenemos los pensamientos que quisiéramos, regularmente nuestra mente se distrae con facilidad. Pero esto no solo sucede en la misa, también sucede en el trabajo, en la escuela, y en muchos lugares más.

Cada uno se mete en sus pensamientos, en sus proyectos, en su rutina: mi vida, mi tiempo, mi espacio.
Es difícil poder dejar que alguien más meta sus pensamientos en nuestra cabeza, porque solo caben los nuestros… oh espera, ¿en realidad son nuestros pensamientos o realmente alguien pone sus pensamientos en nosotros pensando que son nuestros? Esto es fácil. Sí, cotidianamente decimos y aceptamos lo que la sociedad dice lo que está bien a través de la radio, en cierto programa de televisión, video de YouTube, al grado de casarnos con la idea que dijo tal o cual persona tratando de vivir como ellos viven, entonces no son nuestros pensamientos.

Dicen que la mente es como una esponja, lo que absorba es lo que dejará salir cuando se exprima, por lo que si tiramos esa esponja a la taza de un excusado sucio, seguramente nos desagradaría sacarla y mucho más exprimirla. Esto mismo sucede cuando llenamos nuestra mente con ideas masticadas, débiles, procesadas.

Ser héroe: ser testigo
«Recibirán la fuerza del Espíritu Santo y serán mis testigos» 
(Hch 1, 8)

El testigo es áquel que da cuenta de algo, de alguien, de un acontecimiento.
El cristiano en estos tiempos debe ser testigo del Evangelio, encarnándolo en su vida con sus actitudes. Pues hoy no solo bastan las palabras, hace falta unir Palabra con Vida, Vida con Palabra, de tal manera que la fe sea atrayente y fiel a Cristo.

Los santos han sido “héroes” en el sentido de que cuándo la Iglesia ha experimentado momentos de crisis, grandes santos han surgido para ser esos testigos que muestran al mundo el sendero del Evangelio.

Solo con la fuerza del Espíritu Santo, el cristiano es capaz de ser ‘héroe’ entregando su vida a los demás, incluso en el martirio.

La paz vendrá envolviendo tu corazón
«Os dejo la paz, mi paz os doy ¡La paz sea con ustedes!» 
(Jn 14, 27-31. 20, 19-23)

Vivimos tiempos de violencia en Ciudad Juárez, en el país y en el mundo. De todo tipo.
Cada vez estamos, como creyentes, en medio de un panorama hostil, violento, intolerante, que se deshumaniza a niveles acelerados. Y ¿qué estamos haciendo para contrarrestarlo? La paz se construye desde el hogar, en la escuela, en las instituciones, en los espacios públicos.

Nuestra actitud y nuestra fe pueden hacer la diferencia. Nuestro egoísmo hace la indiferencia.
Queremos un lugar en paz ¡Construyámoslo juntos con la Paz de Cristo!

El amor es nuestro poder
«Si yo no tengo amor, nada soy. Amaos los unos a los otros, como yo os he amado»
(1 Cor 13, 1-13. Jn 15, 9-17).

Pero para vivir la paz, hacer la paz, construir la paz en nuestra ciudad, nuestras acciones deben estar cargadas de amor, porque cómo dice san Pablo: ‘sin el amor no soy nada’.

Pero el amor entendido desde el Evangelio, no el que se propaga banalmente en los medios de comunicación seculares o en lo que entendemos por amor. Sino ese don auténtico que Cristo nos enseña desde el sacrificio de la cruz. Ese amor que se vuelve obras, que pueden doler, como decía Santa Teresa de Calcuta, ese amor que nos impulsa tras participar en los sacramentos, en especial la Eucaristía.

Ser impulsado por su amor implica moverse, salir afuera, no quedarnos paralizados[3]




[1] Francisco, papa. Misericordiae Vultus. San Pablo, México. 2016. p.15.
[2] Juan Pablo II,papa, Homilía. 31 XII,  1980.
[3] Francisco. Homilía a Sacerdotes, religiosas, religiosos y seminaristas en Morelia con motivo del Viaje Apostólico a México. Morelia 2016. https://www.aciprensa.com/noticias/santa-misa-con-sacerdotes-religiosas-religiosos-consagrados-y-seminaristas-31564/

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